Con estas cantidades, se obtienen unas 20 trufas de tamaño "generoso".

Lo primero antes de nada es tener preparado el chocolate que picaremos para ayudar a que se derrita más rápidamente.

Calentamos poco a poco la nata con la vaina de vainilla partida por la mitad hasta que empiece a hervir. Retiramos brevemente del fuego para quitar la vaina de vainilla. Añadimos la mantequilla y volvemos a colocar en el fuego removiendo lentamente para que no se queme.

Cuando empiece a hervir, añadimos el chocolate picado y removemos hasta que todos los ingredientes estén bien mezclados. Cuando esto ocurra, añadimos el whisky y removemos la mezcla durante 2 ó 3 minutos, evitando que llegue a ebullición, a fuego tranquilo.

Poner la mezcla en un recipiente y guardar en el frigorífico, tapado, durante toda la noche.

Al día siguiente, ahora que la mezcla está fría y tiene más consistencia, vamos a preparar las trufas. Para ello, lo primero que tenemos que hacer es rallar el chocolate negro y colocar el resultado en un cuenco.

Con ayuda de una cuchara cogemos una cantidad suficiente para el tamaño de trufa que queramos y la colocamos en el cuenco con el chocolate negro rallado de modo que se cubra completamente la superficie de la trufa.

Colocar en una bandeja y están listas para servir.

La aprendí de un libro de cocina sobre recetas con chocolate que me regalaron hace unos años y que siempre me ha encantado.

Yo personalmente uso un buen whisky (Chivas por ejemplo) ya que el sabor que le da me parece muy bueno. Cuanto mejor sea el sabor, sin pasarse de cantidad, mejor será el resultado de la mezcla con el chocolate.

Creo que es mejor servir "del tiempo" y no guardarlas en el frigorífico ya que pierden sabor